Es sólo un apunte, pero la fundamentación del ateísmo en el ámbito de la lógica semántica tiene un interés particular en tanto en cuanto no presupone un contenido cognitivo especialmente elaborado, a diferencia de otras fundamentaciones con mayores exigencias epistémicas. Pienso, por ejemplo, en las explicaciones históricas del origen de las religiones -y ya se sabe, demostrar el origen de algo es despojarlo de su misterio-, o en los elaborados argumentos cosmológicos que tienen que ver con el Big Bang, la nada previa y el pseudovacío cuántico. O bien en la asociación de los pensamientos religiosos con ciertas marcas localizadas en los escáneres cerebrales, a decir de la neurofisiología.
En realidad, este ateísmo lógico-semántico, que en cierto modo puede encapsularse como un tipo de ateísmo epistemológico, recurre a muy pocas herramientas conceptuales. Concretamente, a tres, a saber: los conceptos de signo, sentido y referencia. Estos tres conceptos son importantes aportaciones que debemos al lógico alemán GottlobFrege (1848-1925), considerado con justicia como el fundador de la moderna lógica simbólica. Frege presentó estas nociones en un artículo publicado en 1892i y titulado «Sobre sentido y referencia».
Simplificando mucho, nuestro autor viene a decir que signo es el conjunto de caracteres de una lengua que designa un nombre propio o una expresión lingüística, mientras que el sentido de esa expresión sería el modo en que tal expresión designa un objeto real. La referencia, por último, vendría a ser el objeto real designado por el signo a través de un modo concreto, modo que viene determinado por el sentido. Entre estos tres conceptos se establece una doble relación secuencial que Frege explica con claridad.
La conexión regular entre el signo, su sentido y su referencia es tal, que al signo le corresponde un determinado sentido y a éste, a su vez, una determinada referencia, mientras que a una referencia (a un objeto), no le corresponde solamente un signo.
Frege afirma, además, que
en un conjunto perfecto de signos, a cada expresión debería corresponderle un sentido determinado; pero las lenguas naturales no cumplen este requisito.
La cosa queda más clara si ponemos un ejemplo, el mismo que utiliza Frege para ilustrar su punto de vista. Tomemos el planeta Venus, un cuerpo celeste perfectamente definido, un objeto real e identificable. Pues bien, en este caso, el signo vendría a ser el conjunto de caracteres lingüísticos que conforman la expresión (o «nombre propio», en palabras de Frege) «el lucero matutino». El sentido estaría dado por el significado de dicha expresión, esto es, la designación de una lucecita que se observa al alba en unas determinadas coordenadas en relación con otros cuerpos celestes. Y la referencia sería el propio objeto designado de esa manera, es decir, el planeta Venus.
La cuestión aquí es que una misma referencia (el planeta Venus) puede quedar designada por dos o más sentidos. En realidad, por muchísimos sentidos. Y así, expresiones como «lucero matutino», «lucero vespertino» -Venus también se oberva como una luz en el cielo del atardecer- o «el segundo planeta más cercano al Sol» son sólo tres de los potencialmente infinitos sentidos con los que podemos referirnos a un único objeto, en este caso al planeta Venus. Pero, y esto es importante, se trata de sentidos no contradictorios entre sí-
Muy bien. Pero entonces, ¿qué tiene esto que ver con la fundamentación del ateismo? ¿Qué tiene que ver con Dios, o con la idea de Dios? Esencialmente, y este es el embrión de hipótesis que pretendo mantener, «Dios», en cuanto signo lingüístico o incluso en cuanto concepto o noción, carece de sentido y por tanto, carece de referencia. Un repaso a las diferentes definiciones o descripciones que a lo largo de la historia las distintas religiones – especialmente las monoteístas- y sus diferentes formulaciones, mas o menos heréticas, han hecho de la idea de Dios ilustra a la perfección la afirmación sobre la carencia de sentido. Entendida esta carencia de sentido como la presencia, en realidad, de múltiples sentidos contradictorios entre sí. Esto es algo que uno puede comprobar por sí mismo en cualquier excursión literaria por el Antiguo y el Nuevo Testamento.
También es perceptible esta contradicción en las formulaciones elaboradas por ilustres creyentes de toda laya. Y así, por ejemplo, poco tienen que ver las caracterizaciones de la deidad que presentan místicos como Teresa de Jesús o Husayn Mansûr Hallâdj, en su Poemario Sufí con las que ponen en suerte pensadores como Descartes o Hegel. Pero es que los sentidos de la divinidad que presentan a su vez estos autores difieren radicalmente entre sí; ya que poco o nada tiene que ver el Dios relojero cartesiano, que pone en marcha el mecanismo del mundo para a continuación desentenderse de él con la deida panhistórica de Hegel, que continuamente interfiere en la historia de la humanidad, guiando su itinerario a través de un proceso dialéctico que, al parecer, debe culminar con la instauración del estado prusiano como manifestación máxima del Espíritu Absoluto.
En este mismo sentido Rudolf Carnap (1871-1970), uno de los fundadores del positivismo lógico, opina que «Dios» es una palabra metafísica carente de significado. Carnap, en un artículo titulado «La superación de la metafísica mediante el análisis lógico del lenguaje»ii, publicado en 1932, distingue tres usos lingüisticos de la palabra «Dios». Un uso mitológico, al que atribuye un significado claro, un uso metafísico (el que aquí nos interesa), y un uso teológico a medio camino entre los dos anteriores. Sobre el uso metafísico de la palabra «Dios», afirma Carnap lo siguiente:
(…) en su uso lingüístico metafísico la palabra «Dios» designa algo que está más allá de la experiencia. El vocablo es deliberadamente despojado de cualquier significado relativo a un ser corpóreo o a un ser espiritual que se halle inmanente en lo corpóreo, y como no se le otorga un nuevo significado, deviene asignificativo. A menudo puede parecer que la palabra «Dios» también posee significado en el orden metafísico, pero ante una cuidadosa inspección las definiciones establecidas al respecto han mostrado ser pseudodefiniciones.
En cuanto a la afirmación de que la idea de Dios carece de referencia, esta afirmación podría resultar trivial si se acepta la previa carencia de sentido de la idea de Dios. Si existen múltiples modos contradictorios entre sí para designar un objeto que se pretende real, ¿es lícito afirmar la existencia de dicho objeto? Gonzalo Puente Ojea, en el capítulo segundo de su libro «Elogio del ateísmo. Los espejos de una ilusión»iii, afirma, al referirse a la dimensión simbólica del hecho religioso, que esta dimensión no es autoexplicativa, es decir, no puede clausurarse epistemológicamente en sí misma. Toda realidad simbólica ha de explicarse desde fuera de ella misma, o sea, desde el objeto real referido. Si tal objeto no es real, no existe o no es inequívocamente identificable, entonces el símbolo se convertiría en lo que Carnap denomina un pseudovocablo, una palabra cuyo significado es inverificable. Afirma Puente Ojea que
(…) las operaciones simbólicas de carácter religioso suelen tender a eliminar de hecho toda referencia y a identificarse con lo meramente conductual -gesto, rito, comportamiento-
Y más adelante,
A.N. Whitehead advierte reiteradamente sobre los efectos perversos de la actividad simbolizante cuando se pierden los anclajes con los referentes objetivos u objetivables -no siempre necesariamente empíricos-. (…) y no parece que una indagación dirigida a desvelar la naturaleza de la religión deba privilegiar la vertiente simbólica de los hechos religiosos y relegar su vertiente epistemológica y su pretensión de verdad.
En definitiva, y para terminar, creo que la crítica lógico-semántica de la utilización de la palabra «Dios» es capaz de poner al descubierto la carencia de sentido de la propia noción -o nociones, a veces contradictorias- de Dios. Un vocablo, un concepto si se quiere, carente de un sentido unificado y cuya referencia, esto es, la realidad objetivable a la que se designa con el signo lingüístico «Dios», o no existe o resulta inverificable. A partir de este mero apunte, que no es una hipótesis perfectamente articulada, pueden desarrollarse nuevas argumentaciones que terminen por relegar la palabra «Dios», y la idea misma de Dios, al almacén de los vocablos inútiles. En ello estamos.
Post Scriptum
No nos engañemos. Las múltiples ideas de Dios siempre irán por delante de cualquier crítica lógica, histórica, cosmológica o filosófica en general. Una de las ventajas de utilizar conceptos sin un sentido unívoco y carentes de referencias objetivables es que uno puede definirlos como quiera, las más de las veces utilizando argucias agumentativas del tipo ad hoc. Un creyente podrá argumentar que la existencia de Dios es indemostrable porque lo contrario tendría como consecuencia la conversión de la deidad en objeto de conocimiento. Y, ya se sabe, todo aquello que es cognoscible termina formando parte del conjunto total de las cosas conocidas. Y, por definición, un conjunto de cosas siempre es más completo que cualquiera de las cosas que integran ese conjunto. Pero, justamente, Dios representa la infinita completitud de todas las cosas. Entonces, y en consecuencia, demostrar la existencia de Dios conduciría a una paradoja, la de convertirlo en una realidad cognoscible entre otras muchas. Algo que no cabe en la definición de Dios como “ente supremo” (y éste es sin duda un aspecto de la definición itrrenunciable para cualquier creyente monoteísta).
El ateísmo epistemológico, del que he trazado unas pocas líneas con brocha gorda, no pretende demostrar la inexistencia de Dios, por supuesto. Pero tampoco pretende combatir la idea de Dios desde los supuestos y los logros de las ciencias naturales. En realidad, el ateísmo epistemológico tiene un sentido propedéutico. Esto es, critica la utilización de la idea de Dios, incluso por parte aquéllos que pretenden combatirla, si antes no se ha realizado una labor de aclaración lógica y semántica. Y si, de resultas de esta labor previa, se concluye que “Dios” es un concepto carente de sentido y de referencia, entonces, ¿de qué estamos hablando?
De izquierda a derecha: Gottlob Frege (1848-1925), Rudolf Carnap (1891-1970) y Gonzalo Puente Ojea (1924- )
iGottlob Frege, “Sobre sentido y referencia”, en ‘ Estudios sobre semántica’ (Biblioteca de filosofía, Ediciones Folio, 2002).
iiRudolf Carnap, “La superación de la metafísica mediante el análisis lógico del lenguaje”, en ‘El positivismo lógico’ (compilación de A.J. Ayer, Fondo de Cultura Económica, 1965).
iiiGonzalo Puente Ojea, “Sobre la religión. A propósito de un libro de Alberto Fierro”, en ‘Elogio del ateísmo. Los espejos de una ilusión’ (Siglo Veintiuno de España Editores, S.A., 1995).
Enhorabuena Manolo por tu nuevo blog! Ya era hora que dieras suelta a tu mucha ciencia y sabiduría sobre tantos temas (ahora desgraciadamente tienes más tiempo no?…). Bueno, y empiezas fuerte eh! Lo adviertes muy bien al final, no se trata de demostrar una cosa o su contrario, en lo referente a Dios tarea imposible en toda la historia de la filosofía y de la ciencia, aunque parece claro que el concepto divino está más allá de toda lógica y semántica, más allá de significados y referentes. En cualquier caso, para quien tiene fe religiosa sí tiene un sentido con significado y referencia, si quieres existencial, y además es dador de sentido último de todo lo real. Ciertamente se halla en los límites del misterio, si es que esto significa algo lógicamente…Ya vi que guardas con orgullo el libro de Puente Ojea dedicado; yo tengo en casa otro librito, «El mito de Cristo», que me pareció muy documentado y bien escrito, no sé cómo no se ha convertido ja ja ja (es una broma, pues todos debemos desmitificar muchas cuestiones de la fe y también del ateísmo para buscar entre todos el mejor humanismo, abierto a todas las experiencias que nos hagan más libres…). Un fuerte abrazo amigo!!
Muchas gracias, Mikel. En realidad mi tesis no tiene que ver con la imposibilidad de demostrar la existencia o la inexistencia de Dios. Para hacer tal cosa, habría que efectuar primero una labor de aclaración lógica y conceptual sobre cuál es la idea de Dios sobre la que queremos operar argumentalmente. Yo encuentro que la idea de Dios es una idea que carece de sentido y de referencia, en el sentido de Frege. Y de este modo, resulta absurdo enzarzarse en discusiones sobre la posibilidad o imposibilidad de la existencia de Dios.
Toda argumentación que pretenda desbaratar la tesis de la existencia de Dios parte ya de una determinada idea de Dios, idea que, por lo general, es propiciada por las creencias religiosas que forman el escenario cultural en que el ateísmo se mueve. Es decir, los ateos juega argumentalmente «en campo contrario», con las cartas ya marcadas por los teístas. Y esto me parece un error.
En relación con el sentido y la referencia existencial a la que aludes, en mi opinión no es sino una variante de una experiencia vivencial de la existencia de Dios. Esta experiencia vivencial, que los creyentes llamáis «fe», carece de valor demostrativo y de pretensiones efectivas de verosimilitud, pues queda confinada al mundo mental de quien así la expresa. Y en esta caso, lo razonable es impulsar la investigación psicológica y tratar de desentrañar las raíces cognitivas y emocionales de tales vivencias. Esto no presupone ninguna falta de respeto hacia los creyentes en tanto personas, pero sí pretende ser un cuestionamiento epistemológico de lo que ellos afirman como un «dato» (su vivencia interior) que pretenden hacer pasar por un argumento en favor de la existencia de Dios.
En cualquier caso, mi ateísmo, como ya he dicho en alguna otra ocasión, es una postura epistemológica, no moral. Tampoco pretende ser un evaluador ético de las creencias y de la concomitante praxis de vida de quienes se dicen creyentes. Crea cada cual lo que buenamente quiera, expóngase y critíquese en plaza pública y valórense lass enseñanzas que unos y otros podemos extraer del ejemplo de vida de los demás.
Un abrazo, amigo.
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