De izquierda a derecha: Jeremy Bentham (1748-1832), Jürgen Habermas (1929- ) e Hilary Putnam (1926- )
(Aparecen en escena el azteca superbenthamita, el antropólogo habermasiano y el científico putnamiano. La escena se desarrolla cerca de las escalinatas de un templo azteca en el que se realizan sacrificios humanos. Una multitud en apariencia tranquila rodea a los tres interlocutores).
AZTECA SUPERBENTHAMITA (ASB) – Bien, yo sostengo el siguiente juicio normativo: «lo correcto es que todos los habitantes de nuestra ciudad participen en la ejecución de estos holocaustos humanos». Hay que precisar que las víctimas están elegidas de entre los integrantes de otras etnias, que muestran para con nosotros un comportamiento hostil. Pero esto no constituye una condición de posibilidad del juicio (el azteca tuvo ocasión de leer algo sobre Kant cuando, por equivocación, sacrificaron en el altar a un profesor de filosofía de una universidad española que, casualmente, se encontraba haciendo turismo en una zona cercana y llevaba consigo una edición de bolsillo de la «Fundamentación para una metafísica de las costumbres»).
CIENTÍFICO PUTNAMIANO (CP) (En charla informal con el habermasiano) – Por cierto, ¿qué tal Jürgen? Hace tiempo que no lo veo. ¿Se encuentra bien?
ANTROPÓLOGO HABERMASIANO (AH) – Muy bien, gracias. La verdad es que se le van notando los años y ha reducido considerablemente su agenda. Esta semana sólo ha recibido siete premios internacionales, ha dictado diez conferencias y le han otorgado cuatro doctorados honoris causa. En fin, ya no es lo que era. ¿E Hilary? Tengo entendido que andaba algo resfriado.
CP- ¡Oh, nada grave! Está ahora en un retiro voluntario, volviendo a contrarreplicarse a sí mismo. Creo que se encuentra escribiendo una durísima crítica contra las propias tesis de su libro Reason, Truth and History. Después de su etapa de realismo interno pasó por otra de realismo directo y ahora está empeñado en sostener la hipótesis del solipsismo metafísico referencial. No me ha explicado en qué consiste, pero creo que está ideando un experimento mental, el de cerebros-en-una-bodega. En fin, como siempre.
ASB (Notablemente incómodo) – ¡Señores! ¿Me hacen caso? ¿Tengo que repetir mi juicio normativo?
AH – No, en absoluto, querido amigo. Pero me gustaría que nos diera las razones que sostienen tan peculiar aserto. ¿Con qué pretensiones de normatividad cuenta? Porque imagino que no puede haber una referencia externa que trascienda el puro razonamiento discursivo, ¿verdad? Quiero decir que sin duda, al realizar ese juicio, usted se apoya referencialmente en algo parecido a un mundo moral discursivamente construido a partir de una situación ideal de habla.
ASB – Mire, no he entendido ni una palabra de lo que me ha dicho, pero le voy a dar mis razones. En realidad, son nuestras razones, porque creo hablar en nombre de esta comunidad que ustedes ven a su alrededor (señala con un amplio movimiento del brazo a los concurrentes). La nuestra es una comunidad que se rige por una moral utilitarista al viejo estilo, ya saben: «los actos morales son aquellos que se justifican por proporcionar un mayor bien a la mayor parte durante el mayor tiempo posible».
CP – Entiendo. pero, ¿qué relación guarda una moral utilitarista con el juicio normativo que usted acaba de formular y que justifica el sacrificio de seres humanos?
ASB – Sí, ahora se lo explico. Ustedes ven que somos una comunidad muy cohesionada, de personas que comparten sus afanes, sus penas y sus alegrías. Para nosotros, el mutuo apoyo es indispensable. Asistimos a nuestros enfermos y ancianos, educamos a nuestros niños, hombres y mujeres comparten equitativamente las labores de la casa y de la caza y la cosecha. Las decisiones de nuestros gobernantes, que nosotros apoyamos, se orientan a procurar siempre el mayor bien a la comunidad. Pues bien, resulta que nuestro magnífico modo de vida se ve amenazado por la presencia de etnias (antes las llamábamos ‘tribus’, pero hemos tenido que transigir con esta moda del lenguaje políticamente correcto) hostiles hacia nosotros. Nos encontramos en una posición de debilidad, pero al mismo tiempo somos temidos. Y ese temor que inspiramos es el que nos permite vivir en paz.
AH – ¿Y entonces?
ASB – Entonces… entonces la única forma de mantener la llama del temor entre nuestros enemigos es efectuar alguna incursión de vez en cuando, capturar algunos prisioneros y sacrificarlos en el altar de este bonito templo que ustedes tienen a sus espaldas. Siempre procuramos dejar uno o dos vivos para que vuelvan a sus aldeas y cuenten lo que han visto. De esta manera, nos dejan en paz y nosotros podemos seguir con nuestra idílica comunidad.
CP – Pero, ¿dónde entra ahí el contenido del juicio normativo que usted ha formulado?
ASB – Es muy sencillo. Nuestra moral benthamiana es una moral que no sólo afecta a nuestros gobernantes, sino que implica a todos y cada uno de los miembros de esta nuestra comunidad. Todos nosotros debemos colaborar para lograr el mayor bien para la mayoría durante el mayor tiempo posible. Esto pasa, forzosamente, por implicarnos personalmente en la ejecución de nuestros ejem… aparatosos rituales. Comprenderán ustedes que no es plato de gusto hacer estas cosas; no somos unos salvajes ni unos sádicos y por eso creemos que es nuestra obligación estar a las duras y a las maduras y compartir estas tareas tan sumamente desagradables. De ahí el sentido de mi juicio normativo.
AH – Entiendo, entiendo. Sólo me gustaría hacer una pregunta. ¿Han considerado ustedes (se vuelve hacia la multitud circundante) la posibilidad de reunirse y contrastar los puntos de vista de cada uno sobre el particular? Quiero decir, sin imposiciones ni coacciones que impidan la libre participación en el diálogo, manteniendo cada unos sus pretensiones de validez normativa frente a esta concreta situación y ampliando el ámbito de los intereses generalizables. ¿Me explico?
ASB – No he entendido nada. Oiga, es usted alemán, ¿verdad?
AH – Pues sí.
ASB – ¿Y todos los filósofos alemanes son tan difíciles de entender?
AH -¡Uy! Si yo soy de los más sencillos. ¿Ha leído usted algo de Adorno?
ASB – ¿De quién?
AH – (Gesticulando con la mano derecha) – Déjelo. Lo que quiero decir es si han considerado ustedes la posibilidad de discutir en profundidad razones para rechazar estas prácticas rituales.
ASB – Bueno, ya le he explicado a usted las razones en favor de nuestras costumbres en este sentido.
AH – Pero, ¿no les convendría a ustedes tratar de llegar a un acuerdo pacífico con sus vecinos? El abandono de los sacrificios humanos tendría como consecuencia un menor temor y, por ende, una menor hostilidad hacia ustedes. Y eso haría que su relación con esas etnias fuese mucho más segura. Todos ustedes saldrían ganando.
ASB – ¡Cómo se nota que no conoce usted a nuestros vecinos! Nos envidian por la extensión y fertilidad de nuestras tierras, por la calidad de nuestras aguas y por nuestra abundancia en ganado. Ellos no tienen donde caerse muertos. Por esa razón nos hostigan continuamente: robos, incendios, raptos… en fin, un desastre. Los mantenemos a raya gracias a ese temor que a usted tan poca gracia le hace.
CP – Un momento, querido colega (se dirige al habermasiano). Si no le importa, me gustaría intervenir en esta discusión.
AH – Adelante.
CP – (Se dirige al azteca). De lo que afirma en su juicio normativo, deduzco que para usted la participación en los holocaustos humanos es una actitud profundamente moral, ¿me equivoco?
ASB- Así es.
CP – Y esa actitud moral les ayuda a mantener una particular relación con sus vecinos, una relación de poder y temor, ¿verdad?
ASB- Verdad.
CP – Por tanto, ustedes ven el mundo que les circunda a través de esa actitud. Quiero decir que si ustedes, por ejemplo, despliegan un mapa de su país y las tierras circundantes, enseguida trazarán unas fronteras nítidas, puede que incluso utilizando tinturas diferentes, para resaltar sus propias tierras y diferenciarlas de las demás. Y ustedes identificarán las otras regiones por el nombre de las tribus… perdón, de las etnias que las habitan, y que suscitan en ustedes una cierta valoración, ¿sí?
ASB – No termino de ver a dónde quiere llegar usted.
CP – En resumen, su visión geográfica, que se supone es una visión objetiva del mundo, está influida por su valoración de los habitantes de las regiones que rodean a su propio país. Es decir, su visión del mundo está teñida de valores. ¿Me entiende ahora?
ASB – Sí, pero eso me parece irrelevante.
CP – No lo crea usted. Desde su punto de vista, querido amigo, un comportamiento moral es aquel que, entre otras cosas, contempla la obligación de participar activamente en esos rituales tan… cómo diría… viscerales. ¿Sí o no?
ASB- Sí. ¿Y?
CP – Por tanto, estará usted, ustedes (se dirige a la muchedumbre, que empieza a murmullar) de acuerdo conmigo en que cualquier persona con una actitud semejante cumplirá con su obligación moral. No, no me interrumpa aún. Dado que este es el caso, este criterio normativo se debe aplicar a cualquier persona que se comporte de esta manera, incluyendo a sus enemigos.
ASB – Pero…
CP – No, un momento. Escuche primero las pretensiones de validez de mis argumentos.
AH – Habla usted como un habermasiano, estimado colega.
CP – ¡Dios no lo quiera! Caer en brazos del minimalismo moral sería… en fin. Bien, continúo y termino. De mi razonamiento anterior se deduce que si sus enemigos, pongo por caso, capturan a algunos de ustedes y se dedican a la extracción extraquirúrgica del órgano cardíaco…
ASB -¿Del qué?
CP – Del corazón, señor mío, del corazón. ¡Uf! Pues bien, si sus enemigos hacen algo así con cualquiera de ustedes, entonces ellos también actuarán de una forma moral de acuerdo con el criterio establecido en el juicio normativo que usted defiende, y que podría reformularse así: “lo correcto es que todos los habitantes de las etnias que nos son hostiles participen en la ejecución de estos holocaustos humanos, es decir, en los sacrificios de los integrantes de nuestra comunidad”. Por consiguiente, ustedes defienden, desde su posición superbenthamita, el asesinato ritual de miembros de su propia ciudad a manos de sus enemigos Por lo tanto, su propio juicio normativo se autorrefuta, puesto que defiende un criterio de actuación moral que podría traer como consecuencia la eliminación física de todos los integrantes de su comunidad. Y sin sujeto moral no es posible hablar de moralidad (mira al habermasiano, que, entre aburrido y complaciente, asiente a sus palabras). Por tanto, ese juicio normativo es falso, exactamente igual que la proposición “la aserción ‘somos cerebros en una cubeta’ es cierta si y sólo si somos cerebros en una cubeta”. ¿Se da usted cuenta? La contribución de sus juicios normativos al florecimiento humano y a la idea de lo bueno es prácticamente nula, porque no puede haber florecimiento humano si no quedan humanos que puedan… ejem… florecer, y no hay idea de lo bueno si no existen sujeto que hable referencialmente sobre ello, salvo que uno sea un platónico irreductible. Et voilá!
ASB – Pero lo que usted dice, aunque no me he enterado bien de todo, no tiene que ver con nosotros. Nuestros juicios normativos se aplican dentro de nuestra comunidad superbenthamita. Nosotros no podemos, no debemos inmiscuirnos en los juicios normativos de otras comunidades y usted lo que viene a defender es una especie de imperialismo ético.
AH – (Se quita las gafas y se frota las ojos para a continuación, volver a ponérselas). Estimado colega, déjeme intentarlo a mí. Verá usted (se dirige al azteca). Antes de que mi ilustre colega terciara en la discusión con sus.. ejem… interesantes aportaciones, estábamos hablando de la conveniencia de llegar a acuerdos pacíficos con sus vecinos para crear una relaciones no basadas en el temor y la violencia. Usted me contestaba que la actitud de su gente era puramente defensiva, pues las otras etnias se dedican al robo, al saqueo e incluso al secuestro, ¿verdad?
ASB- Sí, más o menos.
AH – Pero, por ejemplo, imaginemos que el temor defensivo que ustedes inculcan en sus vecinos se transforma en pánico, y éste deviene en desesperación. De la desesperación a la violencia sólo media un paso, como sin duda usted sabe.
ASB – Sí, pero nosotros procuramos mantener siempre unos niveles controlables de temor. No somos tontos.
AH – ¿Y quién mide esos niveles controlables de temor? ¿Ustedes, que son los que lo causan? No, amigo mío, eso es jugar con fuego. Ustedes no saben si en algún momento, por cualquier razón, pueden hacer saltar la chispa que transforme el temor en pánico, éste en desesperación y ésta en violencia final contra ustedes. Y una guerra con sus vecinos es algo que no les aconsejo, con independencia de quién pueda resultar el ganador: la destrucción final no compensaría en absoluto la victoria de unos o de otros. Se lo digo yo, que soy alemán.
ASB – No habíamos pensado en eso. Los superbenthamitas sólo queremos vivir tranquilos, pero las cosas por estos pagos están como están.
AH – Exacto. Entonces les propongo los siguiente: ¡amplíen la comunidad de personas con intereses generalizables!
CP – (Mirando al cielo, con las manos extendidas y hablando en voz baja). Sólo un alemán puede exclamar con entusiasmo una frase como esa, como si fuese un hooligan jaleando a su equipo de fútbol.
AH – ¿Decía usted algo, estimado colega?
CP – ¿Yooo? No, nada, nada.
AH – Me lo parecía. Bien sigo. Lo que quiero decirle, a usted y a su gente (se dirige a los aztecas) es que la solución puede pasar por integrar a los habitantes de las otras etnias en su propia comunidad de intereses. No se trataría tanto de tratar de llegar a un acuerdo con ellos desde una perspectiva de tribus separadas cuanto de formar una nueva comunidad en la que todos sus miembros participaran en igualdad de condiciones, exponiendo cada uno sin coacciones las razones que sustentan sus pretensiones de verdad. De este modo, y a través de esta exposición razonada, podría llegarse a un mutuo acuerdo y a la creación de un mundo moral ampliado. En este nuevo mundo moral que, no lo olvidemos, construirían ustedes desde una praxis discursiva y argumentativa, el juicio normativo que usted nos ha señalado al principio carecería de sentido, pues no habría tribus enemigas a las que aplicar tan indecoroso ritual. No se trataría tanto de mostrar que el juicio normativo se autorrefuta desde no se qué extraña concepción del florecimiento humano (el antropólogo habermasiano lanza un guiño irónico al científico putnamiano) cuanto de que ustedes mismos construirían una realidad moral que haría innecesaria siquiera la formulación de tal criterio normativo.
ASB – Eso ya me convence más. ¿Y cómo haríamos para iniciar ese proceso de integración social de las demás etnias con la nuestra?
AH – ¡Uf! Ahí me ha pillado, amigo mío. Lo mío es la filosofía moral. Pero puedo recomendarle a algunos ilustres pensadores expertos en filosofía política. Para empezar, sería imprescindible ahondar en el concepto de justicia. ¿Ha oído usted hablar de John Rawls?